#ElPerúQueQueremos

Anarquismo y socialismo libertario (III)

La democracia como acción ética y política

Publicado en Ciudad CCS Revolución a diario (Venezuela)

NELSON GUZMÁN

Publicado: 2015-07-05

(22-07-2014)

Ángel Cappelletti fue un crítico de las democracias tal cual las conoce hoy día Occidente. Para este autor no recogen el sentimiento vivo de la igualdad y la inclusión. Nos dice Cappelletti que los propios ilustrados estuvieron conscientes de que los representantes democráticos debían ser escogidos en pequeños Estados. La debilidad de la democracia moderna es que el cuerpo de representantes a los parlamentos no representa por igual al marginal y al rico. Se impusieron cláusulas restrictivas para ejercer el acto del voto, solo podían hacerlo los que tenían caudales. Las mujeres quedaban excluidas, por eso desde el discurso postmoderno, en sus autores más radicales, se ha hablado de la democracia representativa como totalitaria. El anarquismo se asume como defensa ética de los que no tienen nada.

Cappelletti critica cómo se ha asumido hoy el discurso político. Se apunta a ganar conciencia a través de la publicidad. Los candidatos son vendidos como cualquier mercancía. El acto del voto no es acción razonada que se haga en estricto sensu con responsabilidad. Para el discurso de las elites del poder se trata de preservar la fuerza de las decisiones en sus manos. Pareciera que la acción de fuerza y la posibilidad de construcción de un nuevo mundo desaparecen del elector cuando deposita su voto. Las democracias se han ido convirtiendo en un acto legal que se decide en los cenáculos. Se negocia sin consultar la cultura. La Patria ya no les interesa a los capitales y a las elites regentes del poder una vez que el sufragio se ha hecho. Los acuerdos son realizados para favorecer a unos pocos, los partidos políticos controlan la fuerza del pueblo y lo hacen partícipe de un juego de ficción donde el ciudadano no participa. Los privilegios son disfrutados por unos pocos. Las ciudades se llenan de miseria, de desheredados. El neoliberalismo ha olvidado los criterios del humanismo y de la inclusión.

Los pactos de las elites, de las oligarquías y de las burguesías nacionales se encaminan a construir naciones sin el mínimo criterio de respeto hacia su pasado. Se trata del triunfo de la razón técnica, del pensamiento neoconservador. Se ha aceptado el predominio de la voz de los imperios. Los países pequeños son solo productores y extractores de la riqueza de su suelo para subastarla a bajo precio. En los últimos 100 años, el planeta ha estado dominado por el ruido de los cañones, por las invasiones, por la muerte sin que medie ninguna razón.

La política ha sucumbido en Occidente a los dictámenes del gran capital. Los diputados elegidos pierden la conciencia de que representan la voluntad de un pueblo. Una vez en sus curules sucumben a la seducción de los halagos económicos, políticos y de todo tipo. El representante pierde contacto con la masa que lo ha asignado en su puesto para que lo represente. Los pueblos continúan en la diáspora. Las leyes no son cumplidas. Los anarquistas critican la moral como una hoja de papel embadurnada de falsas declaraciones.

En “Falacias de la democracia”, Ángel Cappelletti se distancia de las sempiternas promesas incumplidas de un discurso democrático que ha hecho aguas por todos lados. La modernidad ha sido criticada porque el discurso político presenta una gran arista con respecto a la realidad. A pesar de su humanitarismo, las grandes potencias europeas siguen teniendo territorios de ultramar. Las guerras por la preservación de territorios han sido devastadoras como son el caso de Indochina, de África y América Latina.

En el caso de la elección de los diputados, Cappelletti nos dirá que cuando escojo a un diputado para que me represente, no delego mi voluntad, sino que escojo un vehículo que hace conocer mi voluntad. No abjuro en ningún momento de lo que pienso, no convierto a mi representante en un ente eterno ante el poder. El problema de la elección de los representantes del pueblo es que generalmente votamos sin conocer en lo personal al individuo que elegimos. A juicio de Cappelletti esto se realiza como un acto de fe, en general las escogencias están lejos de la probidad, de la honestidad. Cuando votamos, lo hacemos depositando la confianza en el partido político que ha escogido a sus representantes. La política sigue dominada en la modernidad por el pragmatismo, se ha renunciado a la ideología, al debate. Se apuesta al máximo beneficio y a los amarres que imponen los poderosos. La proclama de Cappelletti es su creencia en la democracia directa y autogestionaria que actuará siempre a nombre del pueblo y con el pueblo. Este presupuesto en nuestro autor implica una crítica a la moralidad neoliberal.

En lo político, el anarquismo desconoce la autoridad permanente, igual sucede con el orden instituido, niegan el Estado, pues este ha sido construido y pensado para defender los intereses de un grupo. Los anarquistas reivindican la fuerza y las creencias de los individuos, no creen en el criterio de autoridad permanente. Príncipes y tronos son sospechosos para estos hombres que han puesto su empeño en reivindicar la preeminencia del puesto del hombre en el universo. El gobierno debe disolverse en la sociedad, en lo colectivo. El anarquismo no considera como único sujeto social de transformación de lo real constituido al proletariado, sino que le dan un peso extraordinario a los movimientos feministas, a las luchas comunales, a los intelectuales, como artífices del nuevo mundo.

Cappelletti crítica a la burocracia que ha tornado muy difícil los trámites que son fáciles en los Estados modernos, tienen en sus manos los medios de decisión. Ese poder se convierte en fuente de obstáculos, de entrabes. La burocracia termina sirviendo a sus propios intereses. Consideran a la democracia representativa como una ficción; creían en la democracia directa, en los soviet, en las asambleas, en los grupos comunales, allí reside la democracia popular. Se debe liquidar el poder político y el Estado en el acto mismo de asunción del poder. Se trata de la supresión del Estado y de su inmenso poder. La democracia es entonces confeccionada en la base, es el pueblo con sus necesidades perentorias quien decide qué se debe hacer. La democracia burguesa ha depositado una inmensa responsabilidad en los peritos, en los especialistas, terminándose por no hacerse nada. Cappelletti reivindica la autogestión, el mutualismo. Para Proudhon la propiedad privada no es más que el robo, se trata de reivindicar el trueque, la ayuda mutua, todos tienen derecho a producir e intercambiar, predica la creación del banco del pueblo.

Otros anarquistas como Kropotkin reivindican el amor a la tierra, para él los medios de producción deben ser comunes, el trabajo debe ser liberador, no enajenado, defiende la idea del comunismo. Las luchas socialistas durante el siglo XIX enfrentan a federalistas y a centralistas. Bakunin encarna el federalismo y Marx el centralismo. Marx fue considerado como un representante de una forma autoritaria de socialismo, esta pervivencia imponía unas horcas caudinas a este intento de buscar la justicia social, pues el Estado era un instrumento de la desigualdad, de la exclusión.

En las internacionales socialistas se enfrentan marxistas y anarquistas. El federalismo anarquista apela a la consulta de la voluntad de la base, se descentraliza buscando la participación, no se trata de darle protagonismo a nuevas elites. Mientras que los marxistas creían que la unidad debía hacerse tomando en cuenta el criterio de clases, pues constituía una categoría universal; para los anarquistas lo decisivo era la unidad de la especie humana, de los hombres que en su proximidad tenían las mismas necesidades, los unía el idioma, el interés común, la proximidad geográfica. Los marxistas interpusieron como criterio científico la existencia de las clases sociales; los anarquistas pensaban en la raza y en la unidad ética; existió en los anarquistas una actitud antimilitarista, no creían en los ejércitos nacionales. El anarquismo fue antibelicista por considerar que las luchas fratricidas entre pueblos no sirven sino para fortalecer los intereses de la burguesía. El ideario de Patria y de la dignidad de ella no es más que un principio absurdo, una sensibilidad impuesta para la manipulación de los pueblos. Lo que verdaderamente se disputan son los intereses de los capitales transnacionales y su predominio. Cappelletti considera que la oposición a la guerra de los anarquistas es finalmente un desacuerdo con la violencia, con un orden de obediencia, autoridad. Los ejércitos obedecen simplemente los dictámenes de la autoridad superior.


Escrito por

Marcos Fonseca

Mis juicios se nutren de mis sentimientos, de mis pasiones. JCM


Publicado en